Al escribir este texto acaban de suceder dos eventos de gran importancia en nuestro país: la elección presidencial y la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad.

Sobre el primero, el triunfo del señor Gustavo Petro en segunda vuelta ante el señor Rodolfo Hernández y los eventos posteriores del reconocimiento pacífico de la decisión de los electores así como la reunión sostenida entre éstos o luego la acaecida entre el presidente electo y el expresidente Alvaro Uribe han demostrado que es posible construir democracia desde las instituciones y en la aceptación de las diferencias siempre presentes y necesarias en la vida política de una nación, pero también desde la manifestación pública de acuerdos o desacuerdos, que nutren la arena donde se construyen consensos o se rehacen caminos.

En relación con el segundo evento, la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad nos tomará un tiempo decantar los resultados que acreditan la hondura de la destrucción humana que hemos experimentado en la sociedad colombiana. Lo que allí se dice o no se dice está convocando opiniones en favor o en contra, que parten de este hacer visible el horror que hemos experimentado cuando negamos de tantas y diversas maneras la dignidad humana de nuestros compatriotas. Todas son voces necesarias del pluralismo de una sociedad, que madura la expresión de su diversidad en la aceptación de los opuestos, sin silenciamientos, reducciones, simplificaciones o negaciones que no ocultan las diferencias, sino que las vuelven caldo de cultivo para violencias diversas que siempre son dañinas y destructivas.

Eventualmente nos gustaría dialogar o actuar tan solo con los que se nos parecen, piensan como nosotros o comparten nuestros intereses y visiones del mundo, y de paso, lograr que todos esos distintos -que con facilidad tildamos de equivocados, extremistas, desinformados, etc.- sean convencidos por sabiduría de nuestra verdad y se alisten en la realización de la perfección de nuestra hermenéutica iluminada, aún con el uso medido o desmedido de la fuerza como camino idóneo para imponer nuestro orden al mundo social. Nada mas alejado del ideal de la democracia.

Se trata, por el contrario, de construir desde el diálogo y a través de los mecanismos previamente definidos en la institucionalidad, mayorías o consensos que sean respetados, sin que ello signifique negar las voces diferentes, disímiles o contrarias; partiendo de reconocer que en el pluralismo se encuentra el germen permanente del autocontrol fundante de las decisiones sociales.

Así la democracia es un ejercicio cotidiano de personas demócratas. No es, por tanto, un manual frío de anaqueles o archivos digitales. Nos siguen asombrando los encuentros entre rivales políticos o las críticas al informe de la Comisión de Verdad, cuando realmente de esto se trata la democracia: de estar de acuerdo o en desacuerdo y tener espacios públicos para manifestarlo, sin que ello signifique el castigo social o aún peor entre nosotros, como ha sido tan frecuente, la muerte del contradictor.

 

La existencia de la pluralidad de voces de estos días confirma que nuestra democracia es posible.